LA DEPRESIÓN POSTADOPCIÓN POR MAGDALENA JUAN

 

Magdalena Juan Ampuero

Este artículo me ha surgido a raíz de la lectura del libro “Mariposas en el corazón” (El Hilo Ediciones 2015) . Doy las gracias a las  madres que nos han contado sus experiencias íntimas  porque han  hablado sin pudor  de los momentos “desestabilizantes” que vivieron a lo largo del proceso, en la larga espera y una vez conseguida la adopción. A nadie se le escapa que la espera está llena de angustia e impaciencia, pero no se ha hablado mucho de la depresión postadopción.

    Quiero compartir mis ideas sobre este fenómeno que siempre se da en toda adopción.  La adopción tiene ese  momento tan esperado por  los padres  que es el encuentro con el hijo dónde se supone que el sueño se hizo realidad y la alegría  desborda a toda la familia. Pues si  y no, desengañemos a padres y futuros padres, la alegría que se produce en el encuentro con tu hijo es más bien como una estrella fugaz, es un momento único, maravilloso, cargado de deseos y esperanzas, pero es una alegría fugaz, una luna de miel como la llamamos nosotros, que dura unos días, unos momentos que se convierten en eternos porque perdurarán por siempre en nuestra memoria, son  mágicos e incomparables con nada, pero que se acaba cuando se instala el día a día de estos niños con estos  padres: la vida cotidiana, la tan deseada rutina familiar. María Titos lo explica de una forma magistral: “una cosa es desear un hijo y otra cosa es quererle”. Ahí es necesaria la construcción del amor y el vínculo y eso lleva tiempo.

    En primer lugar hay que ser sinceros y aclarar, siguiendo a Winnicott un célebre pediatra británico del siglo XX, que lo que los padres se traen a casa “no es un niño sino un caso clínico”.  Eso que llamamos “niño” sea un bebé ó sea un niño mayor es un sujeto psíquico enfermo, traumatizado y en muchos casos sobre todo en niños mayores,  muy herido. Pasado el momento fugaz de la ilusión, la burbuja de felicidad explota y nos encontramos con la realidad. Una realidad apasionante por otro lado, pero dura, trágica y como decía Maria Titos, “desestabilizante” para los padres, sobre todo para la madre, que es la figura más vulnerable y al mismo tiempo más necesaria en este proceso adoptivo. Explico por qué.

    Echo de menos en el libro que las madres contaran una experiencia que he corroborado en las conversaciones íntimas con otras madres que adoptaron niños mayores de cinco  años. Quizás ellas no la vivieron.  Sabía de esa experiencia en niños de meses pero no de tanta edad.   La  he escuchado en suficientes casos como para necesitar contarla, a nosotros también nos pasó.

    A la alegría desbordante de los primeros momentos donde el niño se siente acogido por sus nuevos padres, donde todo es baile, volteretas en la cama, risas y abrazos presurosos, a los pocos días si todo va bien  se instalan las rabietas, los ataques de llanto y  en la calidez de la cama, en la noche, los tres juntos, madre, padre y el niño, el sufrimiento de estos niños  es   inconsolable. La noche les aterra, el sueño es angustioso, agitado. Llantos desgarradores de miedo, incertidumbre, pesadillas y descargas de la tensión y la  angustia vivida.

    Un llanto repetido por la noche que en nuestro caso era calmado cuando  mi hija de seis  años a los pocos días de estar juntos  y empezando a sentirse segura de que había encontrado a su madre buscaba con sus manitas tan pequeñas mis pechos por debajo de  mi pijama. Con mucho cuidado, con mucho tiento, pidiendo permiso para poder entrar comenzaba a acariciarlos con  mucha delicadeza y con movimientos lentos de absoluta naturalidad,  se acoplaba  con su cuerpo diminuto instintivamente entre mis brazos, y empezaba a  “mamar” de mis pezones. Aquí es donde Winnicott diría se instala la diada madre-bebé, en este  momento de acoplamiento, de una nueva entidad psicológica que no es el resultado de un simple proceso de suma de las partes, sino que lo amplia, lo dimensiona y lo amplifica creando una nueva entidad, un compuesto :  madre-niño. En mi caso: madre-niña.

    Mis pechos eran estériles de leche  pero mi hija encontró el alimento emocional que necesitaba  en ellos durante  el mes y medio que tuvimos que estar en Bogotá. En Madrid igualmente los primeros cinco ó seis meses eran su fuente de tranquilidad, su remanso de paz cuando aparecían las  rabietas y los ataques de llanto incontrolables que se disparaban de la nada y que acababan en el agotamiento para todos, nos íbamos calmando aferrada a mis pechos como su tabla salvavidas. Es por eso que aludo a la madre como figura fundamental porque los padres no son tan contenedores con su cuerpos  para estos niños, ó por lo menos para los niños que me han permitido conocer sus historias y mi propia hija.

    Mi  hipótesis de trabajo  es que   igual que las madres construimos la ilusión de que  existe un  hilo rojo que conecta a las personas que se quieren encontrar, en la relación hijo adoptivo - madre se produce otra ilusión, un binomio, un espacio psíquico donde se pone en marcha el mecanismo de la identificación proyectiva, un mecanismo de defensa pero también un mecanismo de constitución psíquica donde la mamá provee al niño de mecanismos psíquicos para poder constituirse sujeto psíquico por primera vez.

    Mi hija con ocho años me explicaba el estado de su aparato psíquico. Ella decía que su mente estaba llena de grietas, y  que con mis cuidados y mis besos las grietas se iban cerrando ,  pero tenía grietas tan grandes que ella temía nunca se cerrarían. Yo le decía con asombro ante su explicación que tuviera esperanza, que algún día si yo no podría cerrarle esas grietas tan grandes  quizás aparecería alguien en su vida que si podría hacerlo. Actualmente mi hija recibe tratamiento psicológico y su esperanza de cerrar sus grietas aumenta día a día.

    Al mismo tiempo co-existen una organización psicológica primitiva, la del niño  y otra madura, la de la madre , y el niño adoptado necesita a esta  madre para tramitar, rellenar, sanar  esas grietas tan  dolorosas.  Es así  como la madre también "queda marcada" por estas lagunas ó vacíos, y entre los dos se van construyendo. Es un mecanismo de defensa  que los profesionales de la salud psíquica conocemos bien. Por este mecanismo de Identificación Proyectiva la madre tramita, gestiona y sufre la depresión que el niño no puede tramitar porque su aparato psíquico está agrietado, dañado y es muy inmaduro. Es un fenómeno normal de la adopción, casi me atrevería a decir que es el fenómenos que se debe dar si todo va bien y   con ayuda  del padre ó con ayuda profesional  si es necesario,  esta depresión que se instala en la madre a lo largo de los primeros años puede ser curada, y los dos madre e hijos quedan unidos por un vínculo saludable. Es más fácil curar esta depresión en la madre que en el niño, él necesita infinitamente más tiempo.

    Pero claro, si este  mecanismo actúa masivamente en la madre,  ó el aparato psíquico de la madre es frágil puede llegar a desorganizarse de tal manera que además de la depresión aparezcan otros fenómenos psicopatológicos más desorganizadores y letales para ambos.  Es por eso que algunas adopciones por desgracia  son fallidas ó son fallidas "simuladas" cuando mandan al hijo interno a diversas instituciones, la madre no pudo tramitar la depresión de su hijo y se queda instalada en ella. Expulsando al hijo de su lado, aleja el mal y la depresión desaparece ó se transforma en otra patología.

    Paradójicamente esto que parece tan dramático a priori no es tal porque el hijo además de sus grietas también transmite a la madre su capacidad de supervivencia, es lo que hoy llamamos resiliencia, la madre sana la parte enferma del niño, pero el niño le da fuerzas para que la madre realice bien  su labor. Mi hija  me decía y me dice todavía que yo soy muy debilucha y que ella me  da  la fuerza, esto es absolutamente cierto. Con 50 años su padre y yo hemos tomado decisiones que jamás se nos habría pasado por la cabeza ni siquiera como posibilidad. Siempre hemos buscado el bien común de los tres. Cuatro años después de nuestra adopción nos encontramos serenos, firmemente decididos a acompañar a nuestra hija en su devenir vital y lo que si es cierto es que aunque hemos perdido la calma miles de veces, nos hemos sentido abatidos, deprimidos, exhaustos e impotentes, formamos una familia muy feliz y madura. Todos hemos crecido enormemente en estos cuatro años.

    Mi teoría es que cuanto mayor es el niño es cierto que hay más grietas pero también más es la fuerza que nos transmiten. Es por eso que los hijos adoptivos  mayores hacen que sintamos muy diferentes  a cómo sentíamos y nos hacen muy  diferentes a lo que éramos antes de la adopción. Quedamos constituidos psíquicamente de otra forma. Pasados los primeros años, como una crianza biológica normal, gracias a la función del padre, el niño queda separado psíquicamente de la madre e inicia su trayecto como sujeto psíquico independiente. Con más ó menos dificultades escolares, sociales y/o personales pero si en estos primeros momentos constituyentes la díada madre-hijo se instala convenientemente aún acosta de esta depresión materna, el niño está salvado. Mi hija con 10 años ya no pide, ni da, ni recibe con el mismo agrado las caricías como cuándo era pequeña, está creciendo, se está haciendo mayor, pero   durante seis meses  tuvimos un bebé en casa, y gracias a ese momento hoy en día es una niña feliz, muy alegre y saludable. Es una niña sabia como todos los niños mayores que sobrevivieron.

    Por eso la depresión de la madre paradójicamente lejos de ser un síntoma patológico es el mecanismo de defensa que los hijos utilizan para sanar, esta es mi  hipótesis, la depresión es la madre es la garantía de salud en el futuro del hijo porque significa que madre e hijo han conectado.  La mente de la madre es su instrumento de curación, por eso la adopción nunca es el problema, siempre es la solución y la depresión postadopción es el  medio para que el deseo de unos padres se transforme en amor por unos hijos.